Ecuatorianos en Argentina: migrar para estudiar (2024)

Un horario manual y un post de colores cuelgan en su cuarto de tapiz azulado y flores amarillas.

¡Despacio, pero avanzando. Te quiero, ya nos salvaremos! Se lee en un post, sobre un pliego de papel bond para no rayar las paredes de la habitación que alquila. Hace siete meses, Kimberly Camacho vive en uno de los barrios más antiguos de la ciudad porteña: San Telmo. Llegó para estudiar Obstetricia en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

En su armario guarda la ropa que cabe en dos maletas de viaje. Al frente hay una cama de una plaza y un escritorio, las piezas con las que arma su nueva vida, a 5.874 kilómetros lejos de su casa.

Es agosto de 2022. La brisa está helada en Buenos Aires. Sus ojos se agrandan y se iluminan cuando dice que vino a estudiar Obstetricia. Lo recuerda claramente. Kimberly tenía doce años de edad. Ingresó al hospital a visitar a la amiga de su madre que había dado a luz. Vio como el doctor tomó entre sus brazos al bebé, lo estabilizó, lo cuido.

—Dije: eso quiero ser, la persona que cuide de la madre en el embarazo, el parto y postparto —dice, luego de tomar un sorbo de café en un bar restaurante cercano a su nueva casa.

Kimberly Camacho nació a las 22:30 del 29 de junio de 2001, en Quito. Es hija de padres migrantes. Nancy (40) y Andrés (40) se conocieron en un taller de costura. Ella migró desde Bolívar hacia la capital con 18 años de edad y un certificado de corte y confección. Él en cambio llegó a Ecuador con su familia cuando era niño. Aprendió a estampar y siguió cursos de diseño gráfico.

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Kimberly Camacho llegó a Buenos Aires para estudiar la carrera de Obstetrici en la UBA.

Más tarde, se iría.

Nancy terminó sus estudios del ciclo básico. Cose vestidos, calentadores, pantalonetas y camisas. Cría a Kimberly, su única hija. La motiva a estudiar la carrera que elija. Ella escoje Obstetricia, en la Universidad Central del Ecuador, una de las tres universidades públicas donde se oferta.

En el 2019, Kimberly da la prueba Ser Bachiller para graduarse del secundario y obtener un cupo en la universidad. Saca 850 puntos, no le alcanza para ingresar a la carrera. Necesita mínimo 910 puntos.

—Me sentí muy mal con la nota. Dije, al menos me gradué.

Da una segunda prueba en el Colegio Mejía, en Quito, y responde las 120 preguntas sobre Matemáticas, Lengua y Literatura, Ciencias Naturales y Estudios Sociales en tres horas. Había estudiado todos los días durante dos meses. Había tomado un curso de nivelación que le costó 150 dólares. Estaba feliz al resolver los cuestionarios de entrenamiento. Pero el resultado fue el mismo: 850 puntos. No pudo elegir carrera alguna en el área de la Salud. Enfermería o Fisioterapia eran su plan B.

Quedarse sin estudiar no era una opción. Con los 850 puntos postuló para Comunicación Social, Ciencias Económicas y Ciencias Políticas. Ninguna le gustaba, creyó que al cursarlas podría entenderlas y tomarles cariño. Ingresó a Comunicación Social. En el curso se encontró con otros jóvenes con amor por la escritura, la fotografía, edición de videos y la lectura. Sus favoritas, las novelas. También encontró compañeras que querían ser parte de la rama de la Salud, pero como ella, no alcanzaron un cupo.

Durante tres semestres cursó la carrera vía online, doce de sus compañeros desertaron. Ella fue la número 13, cuando confirmó que podría estudiar Obstetricia.

Mientras cursaba Comunicación estudiaba para postular nuevamente al examen de admisión a la carrera que le cautivo cuando era niña. A la par envío una solicitud de convalidación de su título de bachiller al Ministerio de Educación de Argentina. El examen estaba previsto para marzo del 2022, pero Argentina respondió primero. El título fue convalidado, su madre le compró el boleto.

Viajó en febrero, se inscribió y dos días antes de iniciar el Ciclo Básico Común (CBC), formación básica integral e interdisciplinaria que se cursa durante el primer año de los estudios universitarios, le notificaron que cursaría de forma virtual las clases. Solo los exámenes serían presenciales, no hay un edificio habilitado para la carrera ni tampoco alcanzaron arrendar uno.

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En Ecuador 260.000 personas se postularon para alcanzar uno de los 126.000 cupos que se abrieron en las universidades e institutos superiores públicos. 93.000 postulantes se quedaron fuera. De las 2.000 carreras que se ofertan en el país, Medicina y Enfermería son dos de las cinco con más demanda estudiantil.

El libre acceso a la universidad no es un problema de ahora. En los años sesenta centenares de jóvenes se movilizaron en Quito y Guayaquil para exigir la eliminación del examen de ingreso a la universidad. Se tomaron la Casona Universitaria de la Universidad de Guayaquil, lo que ofuscó a las autoridades. La noche del 29 de mayo de 1969, un grupo de militares ingresó hasta ese sitio. Unos 30 estudiantes secundarios y universitarios fueron asesinados y otros 140 resultaron heridos, dicen las cifras oficiales. Se eliminó el examen de ingreso durante diez años, pero el debate de eliminarlo o no continúa hasta ahora.

En 1978 se dispuso que cada universidad reglamente el procedimiento de ingreso. Pero en el 2006 esto cambió nuevamente. Se iniciaron dos reformas: la aplicación de la gratuidad de la educación superior aprobada en la Constitución del 2008 y la implementación de un único examen de ingreso a escala nacional, también se cerró instituciones superiores que no tenían buena calidad. La gratuidad incrementó la tasa de asistencia a las universidades del 23% al 31% durante seis años. Pero, desde el 2012 con la implementación del Examen Nacional para la Educación Superior (ENES), Ser Bachiller o Transformar y con el cierre de las universidades llamadas "de garaje", la asistencia a la universidad disminuyó al 21%, afirmaron Juan Ponce y Fernando Carrasco en el artículo Acceso y equidad a la educación superior y posgrado en el Ecuador (2016)

En el 2022, la falta de cupos en las universidades o la obligación de cursar una carrera por miedo a quedarse sin estudiar generó el descontento social. El libre ingreso a las universidades fue una de las 10 demandas del movimiento indígena y los sectores populares en el paro nacional de junio, que duró 18 días y causó la muerte de seis personas. El presidente Guillermo Lasso respondió: eliminó el examen Transformar en julio y esta medida se aplicó de forma inmediata para la región Costa y en el 2023 se implementará en la Sierra porque ya había iniciado el proceso. Así, las universidades serán las encargadas de reglamentar el ingreso de nuevos estudiantes como ocurre en otros países de la región.

La eliminación del examen Transformar no es libre ingreso, precisa Gabriela Bernal, docente de la Facultad de la Comunicación Social e integrante de la Fundación Contrato Social por la Educación.

—Esta medida debe estar acompañada de políticas públicas que garanticen la equidad para acceder a un cupo y la calidad de la educación. Con esto solo se está tirando la pelotita de la responsabilidad a las universidades.

Argentina y Uruguay son los dos únicos países de América Latina que no aplican pruebas de ingreso para inscribirse a la universidad. Eso llevó en el 2020 a que 2.636 estudiantes ecuatorianos se matriculen en el nivel de pre grado y grado en las universidades públicas y privadas de Argentina. 841 lo hicieron en Medicina, 137 en Abogacía, 132 en Psicología…

Los datos de los dos últimos años aún no se sistematizan por la pandemia de covid-19, dice la Secretaria de Políticas Universitarias de Argentina. Se conoce que de 2015 a 2020, 23.089 ecuatorianos cursan el pregrado, grado y posgrado. De estos, 12.718 son estudiantes de pregrado y 10.371 de posgrado.

El Departamento de Comunicación de la Cancillería de Ecuador hasta la publicación de esta crónica no respondió.

Los extranjeros son el 4,0% del total de estudiantes de pregrado y grado a escala nacional de Argentina. Ecuador es el noveno país con más estudiantes en el año 2020.

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Lunes, fideos. Martes, medallones de pollo o merluza. Miércoles, pollo asado. Jueves, arroz con pollo. Viernes, pastel de carne. El menú del comedor, Elizabeth* lo sabe de memoria. Tiene 19 años, es ecuatoriana y migró a La Plata para estudiar Medicina.

En Ecuador dio el examen para ingresar a la universidad y sacó 920 puntos. No alcanzó un cupo. Buscó ingresar a la universidad privada, pero el semestre cuesta entre 4.000 y 5.000 dólares, sin incluir la matrícula. Son 10 semestres. Su madre le presentó la opción de ir Argentina. Ella aceptó emocionada, porque sería un ahorro para su mamá.

Las ramas de los árboles chocan unas con otras por el viento. Se escucha el canto de los pájaros y el ruido de los autos de la Avenida 60, en el patio delantero de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata (UNPL), a 55 kilómetros de Buenos Aires.

Es sábado y la mañana está fría. A Elizabeth le hace feliz el invierno. Le recuerda el frío de Quito. Ella llegó a la capital argentina el 1 de febrero de este año, cuando el calor llegaba a 33°.

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Elizabeth muestra 43 piezas del cuerpo humano en una repisa en la Facultad de Medicina de la UNPL.

Mientras recorremos los primeros pisos de la Facultad vemos una placa blanca en la que constan los 160 nombres de los estudiantes de medicina desaparecidos en la década de la dictadura.

En el segundo piso están los anfiteatros y laboratorios donde 200 estudiantes en cada paralelo cursan el primer año. Son diez paralelos. Solo en su aula son 50 ecuatorianos. Los reconoció apenas hablaron. Habrían dicho: ¡Quitoff! ¡Ve! ¡Achachay!

Elizabeth postuló para la UNPL para no cursar el CBC que dura 12 meses y avanzar directo al primer año de la carrera de Medicina. En el camino se arrepintió y quiso cambiar a la UBA, no pudo. Le habría gustado tener las bases que ofrece esa universidad en la nivelación.

—Sería un año bien invertido. Para mí la base de la Medicina es Química, si entiendes eso vas a entender Biología y con ello Histología, que no es mi fuerte.

Antes de cada clase repasa Biología, Anatomía, Histología en la sala de estudio de la residencia estudiantil en la que convive con 20 personas de Buenos Aires, de provincias, de Chile, de Ecuador. Comparte habitación con tres compañeras. Ahí está una caja de huesos para que los estudiantes puedan palpar y ver su estructura. Para ver los músculos mira una imagen referencial en la computadora o los dibuja.

Llegó a esa residencia en agosto, porque en la que vivía le subieron 6.000 pesos en el arriendo. El aumento se ajusta cada tres meses o seis, depende del propietario, la inmobilaria, el cambio de la moneda. En marzo el cambio de dólar blue estuvo a 198 pesos argentinos, en octubre está en 278.

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Con la mudanza perdió el servicio de comedor por el que pagaba 500 pesos, pero ahora puede cocinar. Ya no come fideos los lunes.

Ahorra todo lo que puede, aunque más del 60% del presupuesto se va en el arriendo. Su madre le envía entre 200 a 300 dólares mensuales. Con ella habla cada vez que puede para contarle que está bien, aunque le costó mucho relacionarse con sus compañeras de su antigua casa.

—Cuando se refirieren a mí, dicen que soy muy callada, a más de eso ecuatoriana. Dicen que no irían a Ecuador porque no somos como ellos. Los ecuatorianos ya nos enojábamos. Ellos nos decían ustedes no tienen buena educación, nosotros sí. Yo no les escuchaba.

La Dirección de Relaciones Estudiantiles Internacionales de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNPL arrancó septiembre con una charla académica para impulsar el desarrollo del primero Protocolo de actuación institucional frente a la xenofobia.

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El no lograr un cupo en las universidades públicas del Ecuador se lo asumió como una responsabilidad individual, dice Gabriela Bernal:

—Los padres acusaron mucho a los hijos de no aprobar, los responsabilizaron del fracaso de no estudiar. Ellos asumían la culpa y el peso, cuando en realidad el fracaso es del sistema educativo al no entender las condiciones de estudio de una persona en provincia, que en ciudad; de un público y un privado; las condiciones económicas.

Bernal propone que es necesario debatir políticas públicas que tomen en cuenta las condiciones reales del país para insertar a los jóvenes en la educación superior, no solo en universidades sino también en las carreras técnicas.

—Como país tenemos un imaginario construido, en que se piensa que solamente la universidad es válida porque la educación blanquea. Se estigma el trabajo técnico, porque se cree que es un trabajo de indios, cholos, negros, —dice Bernal.

Elizabeth rendirá este mes los parciales de Anatomía. Le gusta la estructura de los huesos, de los músculos quiere especializarse en Medicina Forense. Sonríe cuando imagina a qué país irá a estudiar su posgrado. Mientras, Kimberly aprobó Introducción al Pensamiento Científico, Química y Biología y en su horario semanal están las fechas de los tres parciales que rendirá en diciembre. Se aferra a la leyenda del post en su cuarto:

¡Que esto valga la pena!

Elizabeth* es un nombre ficticio, por razones de seguridad

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